
I. El bienestar del alma: la fe y la base espiritual que constituyen nuestro centro
“Amado, yo deseo que seas prosperado en todo y que tengas salud, así como prospera tu alma.” (3 Juan 1:2)
La frase “Amado, yo deseo que seas prosperado en todo y que tengas salud, así como prospera tu alma” no solo encierra una petición de bendición para la vida cotidiana, sino que constituye el corazón de nuestra vida de fe y una oración central para examinar nuestro estado espiritual al inicio de un nuevo año. El apóstol Juan dice que él “ruega” (ora) por dos cosas: primero, que “tu alma prospere” y, segundo, que “seas prosperado en todo y tengas salud”. Estas dos peticiones no son elementos separados, sino que están profundamente conectadas. La expresión “así como prospera tu alma” demuestra claramente esta relación: el bienestar del alma es la condición previa para la verdadera fortaleza y prosperidad en todos los ámbitos de la vida.
Si examinamos la antropología del apóstol Pablo, encontramos que el ser humano no está compuesto únicamente de carne y hueso. Pablo explica que existimos como un “hombre exterior” y un “hombre interior”, es decir, somos seres con una doble dimensión. En 2 Corintios 4:16 se dice: “Por tanto, no desmayamos; antes, aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior, no obstante, se renueva de día en día”. Aquí, el “hombre exterior” corresponde a nuestra parte física y material, mientras que el “hombre interior” se refiere a la dimensión espiritual y a nuestro interior profundo. El pastor David Jang suele citar este pasaje para recalcar que, por encima de todo, en la vida de fe es esencial “edificar” adecuadamente ese “hombre interior”. Aunque nuestro cuerpo físico envejezca y se debilite con el tiempo, nuestro espíritu, o alma, puede renovarse continuamente por la gracia de Dios.
Pablo continúa desarrollando esta idea en 2 Corintios 5:1-4 mediante la conocida “teoría de la tienda”. La “tienda terrenal” representa nuestro cuerpo físico, que irremediablemente se desmoronará con la muerte. Sin embargo, Pablo no ve la muerte como “el fin de todo”, sino como el acto de despojarse de un vestido viejo para revestirse de uno nuevo. Afirma: “Sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio… eterno en los cielos”. Es decir, la muerte no es un retorno a la nada, sino un proceso de “desvestirse” para “revestirse” de algo nuevo. Así, Pablo establece que el hombre tiene un hombre interior (alma) como parte de su verdadera identidad, el cual posee un carácter eterno. En esa misma línea, el pastor David Jang enseña que “la verdadera fe comienza al resolver la cuestión del alma y, sobre todo, al atender el anhelo de verdad que posee el alma humana, lo que diferencia al ser humano de los animales”.
El pasaje de 3 Juan 1:2 enfatiza el mismo mensaje. El apóstol Juan declara: “Amado, yo deseo que seas prosperado en todo y que tengas salud, así como prospera tu alma”. Aquí confirmamos nuevamente que el alma es el fundamento más importante, ya que, cuando surgen conflictos en la familia o en las relaciones, no basta con resolver únicamente los problemas materiales o financieros para lograr la paz y la armonía. La solución definitiva siempre parte del “problema del alma”. El alma humana es eterna y, si el alma se debilita o se enferma, por más que las dificultades exteriores se resuelvan, no habrá verdadera estabilidad ni sosiego en la vida. Por ello, al iniciar un nuevo año (y a lo largo de toda la existencia), debemos examinarnos preguntándonos: “¿Está mi alma saludable? ¿Está mi relación con Dios en orden?”
Esta cuestión del alma es un tema constante en toda la Biblia, y no solo en los escritos de Pablo y Juan, sino también en los Salmos. Por ejemplo, en el Salmo 42:1 leemos: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía”. Este versículo revela que nuestra alma anhela la verdad y que busca a Dios con una necesidad esencial que no puede ser satisfecha únicamente con abundancia material. Hay una sed fundamental que el mundo no puede saciar. El pastor David Jang subraya: “Como seres espirituales, solo Dios puede aplacar la sed de nuestra alma. Los placeres mundanos, la abundancia de bienes y las distracciones pueden darnos cierta alegría pasajera, pero la satisfacción profunda del alma se encuentra únicamente en la comunión y el amor con Dios”.
El apóstol Pablo aborda este tema en la iglesia de Corinto porque Corinto era una ciudad muy orientada al placer y al materialismo en su época. La gente se centraba en la gratificación inmediata y en los beneficios que el mundo podía ofrecer: “Comamos y bebamos, que mañana moriremos”. Pero Pablo advierte que vivir con ese enfoque termina por debilitar y dañar la esencia de la persona, conduciéndola a perder su verdadero propósito y llamado. El problema central, insiste Pablo, radica en el alma. Si el “hombre interior” no está despierto y renovado, aunque el “hombre exterior” aparente bienestar y prosperidad, la vida tarde o temprano se desmorona.
En Romanos 5:10 se lee: “Porque si siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida”. Pablo expone que, cuando estábamos en pecado, ajenos a la voluntad de Dios, Jesucristo se ofreció como sacrificio para hacernos volver a la comunión con el Padre. También en Romanos 1:18 y siguientes, declara que cuando las personas rechazan la verdad y se dejan llevar por sus pasiones, están bajo la ira de Dios. Tal vez un materialista afirmaré: “Lo único que existe es lo que se ve. Cuando morimos, todo se acaba”. Sin embargo, Pablo y la Biblia insisten en que el ser humano, creado a imagen de Dios, posee un anhelo de verdad, amor, justicia y santidad. Si ignoramos ese anhelo, nos sumergimos en la vanidad y nos exponemos al juicio de Dios.
A través de sus enseñanzas sobre Romanos, el pastor David Jang ha dicho repetidas veces: “Incluso cuando éramos enemigos de Dios, el sacrificio de Cristo abrió un camino de salvación. Esa es la gracia del evangelio y la base de la fe cristiana. Pero si nos limitamos a entenderlo con la cabeza y a confesarlo con la boca, sin creerlo en el corazón, aún no hemos experimentado la realidad de la salvación”. Según Romanos 10:10, “porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”. Cuando creemos sinceramente en la obra de la cruz, reconociendo nuestra condición de pecadores y aceptando la reconciliación con Dios obtenida por Cristo, experimentamos el nuevo nacimiento o regeneración del alma. Y quien lo vive siente tal gozo que no puede sino testificarlo y compartirlo con otros, lo que impulsa naturalmente la misión y la evangelización.
Así pues, la primera tarea que debemos mantener de por vida es preguntarnos: “¿Está mi alma verdaderamente bien? ¿Estoy en la relación correcta con Dios?”. El pastor David Jang califica esto como “el primer ojal de la fe”. Si abrochamos mal el primer botón, todos los demás quedan desacomodados; de la misma manera, si nuestra relación con Dios está desajustada, toda nuestra existencia se tambalea. Pero si nuestra relación con Dios (la cuestión del alma) es sólida, todo lo demás empieza a encajar poco a poco. Por ello, la oración de Juan en 3 Juan 1:2 debe convertirse en nuestra oración: “Amado, yo deseo que seas prosperado en todo y que tengas salud, así como prospera tu alma”.
En la iglesia, en el hogar o en el trabajo, solemos enfrentarnos a problemas de distinta índole —conflictos interpersonales, dificultades económicas, problemas de salud, dudas vocacionales— y vemos que a veces no se resuelven en el fondo. A menudo es porque se ha descuidado la base espiritual. El mundo podría calificar este análisis como “demasiado religioso”, pero la Biblia declara que “el problema fundamental es siempre el del alma”. Cuando nuestra alma está viva y sana en la Palabra de Dios, cuando nuestro “hombre interior” se renueva día a día, el “hombre exterior” —nuestro cuerpo y nuestras circunstancias— se fortalecen, y la paz y el orden de Dios se establecen en nuestras relaciones y nuestro entorno.
Por esta razón, debemos priorizar la “restauración y prosperidad del alma”. En las iglesias, se planifican muchos programas, actividades y proyectos: cultos, educación cristiana, misiones, servicio social, e incluso ministerios de medios de comunicación. Está muy bien, pero en todo ello no puede faltar la pregunta principal: “¿Está mi alma saludable ante Dios? ¿Estoy realmente cara a cara (face to face) con Él?”. Este es el mensaje fundamental de 3 Juan 1:2 y el cimiento antropológico que Pablo proclama en sus epístolas.
Muchos líderes de iglesias buscan construir grandes templos, ampliar centros y aumentar la membresía. Esto no es intrínsecamente malo. A veces, la visión de Dios incluye un crecimiento físico y numérico. Sin embargo, jamás debemos olvidar que, en la raíz de toda actividad y ministerio, tiene que haber un crecimiento del alma, una madurez interior y una fe firme. El pastor David Jang reitera con frecuencia: “Un edificio puede envejecer y una organización cambiar; pero el renovarse de un alma es de valor eterno. El reino de Dios se fundamenta en almas que se vinculan entre sí, nacidas de nuevo en el evangelio de Cristo, adorando y sirviéndose mutuamente”.
Podemos repetir muchas veces: “Este año será de bendición; la iglesia crecerá; la economía mejorará”, pero si dejamos de lado el problema espiritual, todo se construye sobre arena y corre riesgo de venirse abajo. De ahí la relevancia del versículo de 3 Juan 1:2 que nos recuerda que es requisito que el alma esté bien para que el resto también prospere y permanezca firme. Este es el primer punto clave: “El bienestar del alma: la fe y la base espiritual que constituyen nuestro centro”. Y este mensaje no solo lo ha enfatizado el pastor David Jang, sino infinidad de predecesores en la historia de la Iglesia.
Vale la pena resaltar que un alma “saludable” no se mide tan solo por la intensidad de las actividades religiosas o por cuántos eventos se atienden. Puedes congregarte con mucho fervor, pero que tu “hombre interior” se esté marchitando, o viceversa: quizás no puedas participar demasiado en las actividades de la iglesia, pero en tu interior creces en la oración, la meditación en la Palabra y la intimidad con Dios. Lo decisivo es si nuestra alma está arraigada en la verdad y el amor, y si esto se refleja en nuestra entrega a Dios y en nuestro amor activo hacia el prójimo. Ahí radica el verdadero indicador de un alma viva y “próspera”.
En cualquier momento de la vida, debemos preguntarnos: “Señor, ¿en qué estado se halla mi alma? ¿Acaso vivo bajo culpa, rencor, amargura, heridas o desánimo? ¿Escucho tu voz y dirijo mi vida hacia tu reino y tu gloria?” Debemos rogar que el Espíritu Santo nos ilumine y, cuando sea necesario, arrepentirnos y recibir el perdón de Dios para experimentar la paz que proviene de la reconciliación con Él. Ese es, sin duda, el primer paso hacia un alma que prospera.
II. Una vida que prospera en todo y permanece fuerte
En 3 Juan 1:2, tras el énfasis en “así como prospera tu alma”, el apóstol Juan continúa con: “que seas prosperado en todo y que tengas salud”. Esto implica que cuando el alma está sana, toda la vida —en su conjunto— recibe beneficios y se fortalece, conforme al principio bíblico. A lo largo de la vida cristiana, constatamos que este principio no es una mera frase de cortesía o un deseo abstracto, sino una realidad del reino de Dios que se materializa en nuestra experiencia.
No obstante, debemos tener cuidado con ciertas interpretaciones erróneas. “Prosperar en todo” no significa que la Biblia garantice un éxito mundano o riquezas materiales, como enseña la teología de la prosperidad en su versión más superficial. La Escritura otorga a la expresión “prosperar en todo” un sentido mucho más profundo. La verdadera prosperidad se da cuando nuestra alma está en comunión con Dios, y Él satisface nuestras necesidades y guía cada ámbito de nuestra vida para que en ellos se refleje “el orden, la paz y la bendición de Dios”. Esto no se reduce a tener más o menos dinero ni a escalar posiciones altas en la sociedad. El éxito genuino nace de buscar “primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mateo 6:33), y al hallar satisfacción en ello, surgen resultados que Dios añade conforme a su gracia. Por eso Pablo puede decir: “sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado” (Filipenses 4:12). El verdadero sentido de prosperar en todo consiste en “vivir en obediencia a la voluntad de Dios, experimentando gozo y gratitud en cualquier circunstancia”.
El pastor David Jang señala frecuentemente en sus predicaciones: “Quien camina con Dios percibe su mano en cada situación, canta alabanzas aun en la dificultad y experimenta su providencia en medio de la prueba. Esa es la clave de la vida que prospera en todo”. En nuestra trayectoria, nos topamos con adversidades y sufrimientos, y, según el criterio mundano, puede parecer que “las cosas van mal”. Pero espiritualmente, en esos tiempos el alma puede purificarse y madurar de manera extraordinaria. Por consiguiente, prosperar en todo y mantenerse fuerte no se mide únicamente por los “logros” que se vean externamente, sino por el arraigo interior en Dios que nos permite descubrir el obrar divino en cada etapa.
La expresión “que tengas salud” o “que seas fuerte” va más allá de la salud física y abarca también la fortaleza interior. En la Biblia, la palabra “fuerza” se asocia con la capacidad de permanecer firmes en la fe, resistir la tentación del mundo y el ataque del enemigo. Si miramos la vida de Elías, Daniel o el apóstol Pablo, observamos que no tuvieron una vida exenta de peligros o dolores. Sufrieron numerosos ataques y persecuciones, pero, al tener su alma aferrada a Dios, se mantuvieron fieles hasta el fin y cumplieron su misión. Sus vidas no fueron “un camino de rosas” a simple vista, pero fueron realmente prósperas y fuertes en el sentido bíblico, porque su “hombre interior” estaba bien cimentado.
En 1 Corintios 9:16, Pablo exclama: “¡Ay de mí si no predicara el evangelio!” porque la proclamación de las buenas nuevas es una tarea vital que salva tanto a quienes la escuchan como al propio predicador, cuyo corazón arde al dar testimonio de Cristo. Quien ha experimentado profundamente “el bienestar del alma” a través de la gracia del evangelio no puede quedarse callado. En el Nuevo Testamento, cada vez que alguien recibe la revelación de la gracia, corre a difundirla, a plantar iglesias, a discipular y a ofrecerse para la obra del Señor.
La esencia de cualquier estrategia o método de evangelización es siempre “la salvación de las almas”. El pastor David Jang enfatiza: “La razón de ser de la Iglesia es la salvación de las almas, y también es la razón por la cual respiramos y existimos en este mundo”. El Señor dijo: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10), y antes de ascender al cielo dejó el mandato: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15).
Quien tiene el alma viva y plenamente consciente de la gracia de la salvación no puede ignorar este llamado. Aunque no haya un programa especial, quien ha sido conmovido por la realidad del evangelio, por la cruz y la resurrección, compartirá de inmediato el testimonio de lo que Dios ha hecho en su vida. Así como Billy Graham enseñaba que “la mejor predicación es la que está llena de versículos bíblicos”, el evangelio se transmite no con nuestra mera retórica, sino con la autoridad y el poder de la Palabra de Dios. Por eso es imprescindible que cada uno lea la Biblia con diligencia, la conozca, la medite y la comparta a través de predicaciones, enseñanzas o testimonios. En la iglesia, al reunirnos para estudiar la Palabra, animarnos y consolarnos mutuamente, las almas renacen y se abren a la voluntad de Dios.
Recordemos también la parábola del trigo y la cizaña en Mateo 13. Jesús enseña que, en el tiempo de la siega y el juicio final, se separará claramente el trigo (los que heredarán la salvación y participarán del reino) de la cizaña (los que serán juzgados). Ahora, en este momento, pueden estar juntos incluso en la iglesia, pero en el tiempo de la cosecha la diferencia se hará evidente. El pastor David Jang aplica esta enseñanza señalando: “En la evangelización, lo esencial es que el alma reciba la Palabra y alcance la salvación o, si la rechaza, permanezca bajo condenación. Estamos en un cruce de vida y muerte; nuestra responsabilidad es anunciar el evangelio, y la responsabilidad de quien lo oye es responder a la verdad”. El evangelista busca a aquellos que serán trigo, y el oyente decide si acepta o no el mensaje que salvará su alma.
Las comunidades cristianas se alientan mutuamente diciendo: “Es tiempo de redoblar esfuerzos en la evangelización. Seguramente muchas personas vendrán a la iglesia y se encontrarán con Dios”. Esto se relaciona con el mandato esencial del creyente. Sin embargo, no lo hacemos simplemente para “engrandecer” la iglesia, sino para “rescatar a las almas perdidas”, que es el corazón de Dios. Cuando la intención se centra en eso, Dios mismo bendice y participa en la obra. El crecimiento numérico puede ser un fruto, pero la prioridad recae en las almas que encuentran la vida eterna en Cristo.
En todo ese ímpetu evangelizador, debemos cuidar también que nuestra propia alma permanezca “renovada cada día”. Como ya vimos, el bienestar del alma determina que “tengamos salud y prosperemos en todo”. Si el alma está enferma, aunque trabajemos sin cesar en la iglesia o en el mundo, al final terminaremos vacíos y abrumados. Podemos involucrarnos en múltiples tareas eclesiásticas, pero si lo hacemos sin gozo, rodeados de conflictos y resentimientos, no habrá verdadero fruto. Pero si nuestra alma está viva, llena de la Palabra y guiada por el Espíritu, aunque el entorno sea adverso, el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23) brotará naturalmente, afectando también positivamente nuestras relaciones. Esa es la realización práctica de “prosperar en todo y estar fuerte”.
Lo esencial es, en todo momento, abrochar correctamente “el primer botón”. Dicho de otro modo, mantener la relación con Dios como prioridad máxima y velar por la salud de nuestra alma. Desde esa relación brotan la visión y el llamado que Dios nos da para ser testigos en el mundo, demostrando amor y levantando la Iglesia. El cristiano experimenta la paz interior y, a la vez, una santa pasión que lo impulsa a llevar el evangelio. Esto coincide con la gran comisión de Jesús (Mateo 28:19-20) y con su mandato en Marcos 16:15: “Id por todo el mundo”.
Cada iglesia y cada creyente pueden desarrollar diversos planes misioneros y enfrentar distintos cambios. Se requieren recursos financieros, equipos, espacios y proyectos bien organizados. Pero a lo largo de esa labor, debemos evaluar si todo se sostiene en el “bienestar del alma” y en la consigna de “rescatar más almas y madurarlas en la fe”. El pastor David Jang ha repetido en numerosas ocasiones: “Cuanto más crece el ministerio, más debemos mantenernos firmes en lo esencial del alma, en la centralidad de la Palabra y en la santidad de la vida diaria”. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de obsesionarnos con el crecimiento cuantitativo o la magnitud de nuestros programas, abandonando el objetivo real de la salvación y la formación de discípulos.
Isaías 43:19 declara: “He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz”. Es una promesa de renovación y liberación para Israel, pero también un principio que podemos aplicar a nuestras vidas y a la iglesia hoy. Dios puede y quiere “hacer algo nuevo” en cada uno de nosotros. Sin embargo, la pregunta es si nuestra alma está lista para recibir su obrar y si estamos dispuestos a obedecer en el momento oportuno. Si el alma no se halla en condiciones, y si hemos perdido el poder de la Palabra, podemos perdernos la oportunidad de experimentar esa obra divina de manera plena.
Retomando la oración de 3 Juan 1:2 y las enseñanzas del pastor David Jang, es crucial volver a la cuestión del alma: “Amado, yo deseo que seas prosperado en todo y que tengas salud, así como prospera tu alma”. No es un simple saludo de cortesía; es la más esencial y práctica de las oraciones. Cuando nuestra alma está en plena comunión con Dios, purificada por su Palabra y habitada por el Espíritu Santo, los demás aspectos de la existencia también se ven bendecidos y ordenados conforme a su voluntad.
Anhelamos que todos gocen de esta bendición, especialmente en momentos de dificultad, y que las iglesias experimenten restauración y avivamiento. Pero primero hemos de escudriñar el estado de nuestra alma y el de la comunidad cristiana. Cuando el alma está sana delante de Dios, tanto la visión de la iglesia como nuestros planes personales, familiares y laborales pueden desarrollarse bajo la mano protectora y orientadora de Dios. Nadie puede saltarse este paso. El texto de 3 Juan 1:2, sumado a las exhortaciones del pastor David Jang y de otros líderes espirituales, nos recuerda que el “bienestar del alma” y la “relación correcta con Dios” son el cimiento que sostiene todo nuestro año y nuestra vida entera.
Cada iglesia celebra reuniones de evangelismo, misiones u “outreach”, estudios bíblicos y programas de servicio. A través de ellos, deseamos que multitud de almas se acerquen, escuchen el evangelio, conozcan a Dios y vean sus vidas transformadas. Oramos por un derramamiento de gracia que produzca esos frutos. Sin embargo, antes de todo, debemos asegurarnos de que nuestra alma ame verdaderamente al Señor, que esté arraigada en el evangelio de Cristo y que habite en la unidad que solo brinda el Espíritu. Entonces, de manera casi natural, podremos experimentar el “prosperar en todo” y “mantenernos fuertes”, y podremos dar fruto en la misión encomendada.
Si usamos la imagen del cuerpo humano, el “alma” sería como la columna vertebral: si está alineada y fuerte, todo el cuerpo puede adoptar una postura adecuada; pero si está torcida o débil, aunque el resto de extremidades parezcan sanas, el organismo entero sufrirá. De igual modo, una vida o una iglesia necesitan un “alma” sólida y viva para seguir el camino con gozo y fortaleza, conforme a la voluntad de Dios. Si arrancamos este nuevo año con tal convicción, podremos ver cómo nuestras vidas y nuestras iglesias viven de manera más íntegra la bendición de “que prosperes en todo y que tengas salud, así como prospera tu alma”.
Reflexionemos una y otra vez en este mensaje, entreguemos nuestra alma a Dios y permanezcamos en su intimidad cada día. Ese es el centro de la exhortación de Juan y la insistencia de tantos pastores, incluido el pastor David Jang. Cuando el alma vive y se llena de la Palabra, experimentaremos con naturalidad una vida que prospera y se fortalece en todos los aspectos, sabiendo que el Señor camina con nosotros y dirige nuestros pasos. Por ello, alzamos una oración y un deseo sincero de que, en este 2022 (y en todos los años venideros), podamos vivir así:
“Amado, yo deseo que seas prosperado en todo y que tengas salud, así como prospera tu alma.”
—3 Juan 1:2